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Aprender a tejer

La cadena

Lo que es muy importante es aprender a agarrar el hilo. Cada quien tiene su manera. Bueno, esa tuya está como enredada, pero si así te queda bien, está bien. Mírame para que veas cómo hace uno el punto. Es como un nudo pero que no cierra. Tranquila, toma tiempo, pero ya vas a ver que te va a salir. Eso, eso, la cogiste. Ahí ya empiezas la cadena.

Hace cinco años encontré un documento en la biblioteca de mi abuela. Estaba en medio de un pucho grande de hojas sueltas, que ella me pasó cuando le dije si de pronto tenía algo que me pudiera servir sobre historia de Honda. Eran folletos, hojas informativas, tarjetas de invitación que a lo largo de su vida le habían entregado siempre que en el pueblo hacían algo sobre Honda y su historia.

Entre los papeles encontré unas fotocopias tamaño folio de un texto que había sido transcrito en máquina de escribir. El texto decía llamarse “Orígenes de la Villa de Honda” y abajo, la persona que lo había transcrito, señalaba que era un estudio hecho por un tal señor Otero y que estaba en el Boletín de Historia y Antigüedades del año 1940. Luego se abrían las comillas y arrancaba un texto a contar la historia de la población desde la colonia hasta su constitución como villa en 1644. En ese momento encontré un pedacito que me llamó especialmente la atención en el que decía que el primer cura jesuita que había llegado a la población prácticamente la había arreglado por completo; va con tachones porque en medio de todo eso hay mucha repetidera.

“El puerto de Honda era, a la llegada de los jesuitas, un rancherío informe, cundido de bogas ignorantes y viciosos, así negros como indios, plagado de maleantes y tahúres. […] Y aquí la labor civilizadora y creadora. De aquel maremágnum de vicios y de disipación, era necesario sacar una feligresía ordenada y debidamente organizada, que viviera políticamente, que se redujera a una vida social […]. Dura labor, ardua empresa. Mas no embargante, el Padre Ossat, iluminado con su fe, estimulado por su caridad, espoleado por su anhelo civilizador, venciendo obstáculos, arrasando rebeldías, dominando resistencias, triunfó en su nobilísimo empeño”.

Juemadre, lo encontré. Está perfecto para el trabajo. Ossat era un ejemplo de libro de texto sobre la biopolítica. El tema favorito del profesor de la clase de Literatura colonial, de la que tenía la entrega. Hice un ensayo de rechupete, que daba las ganas devorárselo como si fuera una buena cazuela de fríjoles. La vaina es que al final, en fondo de la coca, era como si uno se encontrara con un pelo largo, negro, grueso y enredado. Eso fue lo que le pasó al profesor cuando lo leyó. Contame, Daniela, ¿dónde fue que encontraste el documento que citás? Que en la biblioteca de mi abuela, que ella me lo había pasado.

 

El mono

Ya que le cogiste el tiro a eso te voy a enseñar a hacer el mono. Entonces primero hazme una cadena de siete. Muy bien. Lo que toca ahora es que te vas a montar sobre cada punto de la cadena, como brincándole encima. Entonces, mira, ahora que tienes esa base, no vas a hacer la misma cadena sino que vas a hacer así: tan, y luego otra por el mismo punto, como una cadena doble que ya va echando pa’rriba. ¿Ves?

El profesor me dijo que el ensayo le gustaba mucho y que quería que lo volviéramos un artículo para una revista. También me dijo que, si todo salía bien, me podía ayudar a entrar a un doctorado en Estados Unidos. A mí me pareció bien, sonaba como algo grande. Aunque no sabía aún si quería seguir estudiando literatura. Eso sí. Tenés que encontrar el documento, la fuente primaria. Bueno, está bien, le dije yo.

Ahí empiezo a buscar bajo toneladas de papel a un hombre que nació cuatrocientos quince años antes que yo. Pacheco cita a Cassani, Cassanni cita a Mercado, Mercado…no cita. Pared. Pla. Voy a buscar bien al señor Otero, al que escribió el texto que encontré donde mi abuela. Victoria. Lo encuentro en el Archivo Nacional. Otero se basa en Mercado. De nuevo, pared. Pla. La Javeriana publica las cartas annuas que los padres enviaban a la autoridad central para reportar su labor. Es perfecto. Seguramente el texto que escribió Ossat lo escribió para eso, seguramente de ese archivo lo vio Mercado. Las reviso. Las cartas no recogen el periodo de 1620 a 1640 en Honda, justamente el que fue el periodo de acción de Ossat. Pla. Pla. Pla. Encuentro un libro de referencia: Biblioteca de autores neogranadinos jesuitas escrito por el Padre José del Rey. Ahí está, en la página 525: “Ossad, Pedro (c. 1579 – 1629)”. Cuenta quién era. Dice dónde nació. Dice lo que hizo acá. Incluso cuenta lo que hizo después de Honda. Y, además, tiene referencias a los archivos de dónde saca cada dato. Incluso de las cosas que Ossad, u ¿Ossat?, escribió. Relación enviada al P. Provincial de lo que a gloria de Dios se trabaja en la Villa de Honda. 1621. Puerta. Por fin.

El padre José del Rey referencia al AIUL, diciendo que ahí encontró eso que Ossad escribió. El AIUL quiere decir Archivo Inédito Uriarte-Lecina que es, literal, el archivo personal de dos padres españoles, Uriarte y Lecina, que eran historiadores jesuitas del siglo pasado y, cuando murieron, otros jesuitas se encargaron de recoger sus papeles y guardarlos. Haciendo mis investigaciones me di cuenta de que ese archivo lo habían guardado primero en la Universidad de Comillas pero luego decidieron enviarlo al Archivo de Loyola en el País Vasco. Escribí muchos correos al archivo hasta que por fin, un tal señor Olatz, me contestó uno diciendo que sí tenían esas cajas pero que por ahora no pensaban abrirlas.      

Pla. Pla. Pla.

Daniela, ya olvidáte de ese documento. Tenés que arrancar a escribir. Agarrá algo del archivo que has consultado y con eso hacés la tesis. Sí, durante el tiempo que tomó hacer ese recorrido, ya estaba a punto de graduarme de literata y el ensayo, que se había vuelto artículo, era ahora mi tesis de pregrado. La falta de voluntad de Olatz hizo que en cuestión de cuatro meses cambiara el trabajo de años. Terminé haciendo algo sobre unas canoas y un conflicto entre franciscanos y jesuitas en Purnio, una población que queda cerca de Honda, pero la verdad es que me entusiasmaba más mi clase de fotografía que la tesis.

      

Desbaratar

No, corazón. Tienes que ser muy cuidadosa de meterlo por el mismo huequito porque si no se te deforma. ¿Sí ves cómo está eso todo chueco? Eso lo mejor es que desbarates todo y vuelvas a empezar. Ay, ja, ja, yo sé, pero esto es como todo en la vida de aprender y volver a aprender.

Tiempo después Olatz abrió la caja y me escribió un correo contándome que había encontrado la papeleta y que ahí me la adjuntaba. Cuando vi que ese correo tenía un pdf casi me muero de la emoción. Lo abro. Resultó que la tal papeleta era un pedazo de papel en el que estaba escrito lo que Ossad había escrito. O sea, la fuente de José del Rey no era al documento sino a este papel. Este papel no decía de dónde decía lo que decía. No señalaba un nuevo archivo. Nada. Quedaba en cero. Lo único que me quedaba era buscar a del Rey, preguntarle que cómo así, que dónde era que estaba ese documento de verdad y que por qué decían cosas que en realidad no habían visto, sino que se basaban en que el otro lo había visto y que por eso le creían.

No sabía cómo encontrar a del Rey, pero igual me fui para la Javeriana. Había logrado una cita con un padre Salcedo que busqué en internet y que es historiador jesuita. Algo debía de poder responder. Le digo cordialmente al padre, con esa cordialidad de ellos que yo también había aprendido desde que estaba en el colegio, que cómo así que ese documento no aparecía. El padre me dice que él no sabe muy bien porque él se dedica más es al siglo XIX pero que, de casualidad, el padre José del Rey, que normalmente vive en Venezuela, está en estos días trabajando en la Universidad. ¿Qué? ¿El padre José del Rey? ¿Es posible vernos con él? Salcedo llama y le dicen que se vaya ya para el archivo, que el padre sí está allá pero que está por irse al hogar a almorzar. Nos vamos rápido.

Aparece el padre José del Rey. Tiene setenta años, escucha poco y lleva un bastón. Salcedo me presenta y el padre me invita a sentarnos en la mesa para discutirlo bien. A mi lado derecho queda el padre José del Rey Fajardo y a mi izquierda el padre Salcedo. Me devuelvo a la página uno y le hago rápidamente a José del Rey un resumen de lo que pasó y al final le digo, de nuevo con esa cordialidad que logró sentarme en la cabecera de la mesa, que cómo se le va ocurrir citar a alguien que cita y que dónde está la fuente de verdad. Ellos responden que no, que eso de la expulsión de los jesuitas en el siglo XVIII hizo que el archivo, que tan centralizado estaba desde que se creó la compañía, se difuminara. Lo que se salvó fue lo que cada padre pudo coger y por eso la historia toca hacerla a partir de pequeños archivos como ese del de donde yo quiero sacar la fuente.

¿Cómo así? Si eso es así, ¿por qué entonces ustedes lo venden como una verdad? Se quedaron acostumbrados a su archivo centralizado, firme, verosímil, y una vez lo perdieron no fueron capaces de aceptar lo fluido y escurridizo de sus fuentes. Siguieron construyendo su historia con cascarón de piedra pero cuerpo de arena, de agua, de chisme. Se están basando en lo que el uno dijo porque el otro lo dijo pero lo venden como si hubiera texto, registro, algo más que lo oral. Sus fuentes son una serpiente que se muerde la cola y este camino de la historiografía es un camino imposible, de falsas verdades y falsas autoridades.      

 

Volver a empezar

Eso, de nuevo con el punto, con el nudo que no cierra. Ja, ja, ay, no. Esa manera de coger el hilo tuya sí es que no la entiendo. Muy bien, ya lo tienes. Ahora hazme otra vuelta de monos a ver si sí aprendiste. Mira cómo te quedó de bonito. Tú mamá se va a poner feliz cuando le regales el bolso. Ya te explico cómo vas a hacer para que crezca.

Cansada de mí me voy para Honda. Quiero recargarme y que el sudor me ponga la piel pegachenta. Eso me quita el brote rojo que a mi piel le da el frío de la montaña. Sentirme linda y gorda. No hablar con nadie más sino solo con ella y seguirla a todos lados, seguirla a la plaza, a Claro, al banco y a ver unas telas. Yo orgullosa de estar ahí, con doña Vicky, a la que todos tanto me la saludan, de la que no hay que dar dirección para que lleguen a su casa, la que dice algo y, de inmediato, se hace.  En la noche ella lo cuadra todo para que armemos una jugarreta. Invita a sus amigas, a Teresa y a Cecilia, para completar la mesa. Mi abuela me dice que traiga el guaro y yo voy por él. Agarro la jarrita de cristal que guarda en el mueble del equipo de sonido y me la llevo a la cocina. Saco el guaro del congelador y veo cómo cae ese chorro, trasparente y brillante, en la jarra de cristal. Pasan las manos del juego tantas veces como yo voy trayendo de nuevo la jarra. Mi abuela gana siempre. Teresa se duerme en la silla. Cecilia pide un taxi, pero antes nos ayuda a acomodar un poquito a Teresa para que no se vaya a caer de la silla.

No puedo más. Siempre trato de pilotearla, pero no puedo más. Me di cuenta cuando fui por la nueva jarra y descubrí que ya habíamos acabado la segunda caja. La primera con Teresa y Ceci. La segunda entre ella y yo. Camino muy como si nada hasta que llego al baño y me tiro a abrazar la taza. Saco de mí todo lo que no puedo soportar y mi abuela sí. Me quedo ahí un ratico, riéndome de mí misma, de cómo la línea horizontal del piso se mueve como un balancín. Sin decir ni una palabra le dedico esto al agua amarillenta que se va bajando. Que se vaya abajo esa ansia por estudiar en Estados Unidos y hacer tesis que nadie lee y que uno ni a la mamá le puede explicar. Que se los trague a de Otero y Pacheco que escribieron textos increíbles pero que ahora saben a engaño por querer hacerlos pasar por verdad. Que se hundan esos archivos, y más los de los jesuitas, que no quieren abrirse, que no dejan que nadie entre y que ahora me huele que es porque todo lo que tienen son papeles de historias, del yo se lo conté a tal, y esa supuesta autoridad del texto, de la fuente primaria, no la tienen y siempre se les diluye. Y que también me vaya yo, esa Daniela que tanto tiempo se dedicó a buscar el camino que me indicaban estos hombres dando vueltas en sus supuestas verdades que nunca se encontraban. Esa verdad que nunca existe y que yo, en mí misma, también siempre esquivo. De ahora en adelante digo: ¡Que las cosas sean abiertamente mentiras! ¡Que la historia de Ossad se vuelva ficción! ¡Que se recupere la delicia del chisme que tenía el texto de de Otero, como son de deliciosas las historias que me está contando mi abuela! ¡Que los cuentos sean abiertamente cuentos y a través de sus mentiras nos cuenten la verdad!

 

Mientras todo eso pasó Alexander ya había venido y le había pasado por las rendijas de la ventana de la salita de estar una nueva caja de Néctar a mi abuela. Ella estaba en la cocina llenándose sola su jarra de cristal. Me sirve un nuevo trago. Lo tomo y lo recibe directo mi pecho, se calienta mi corazón. Es un chorro puro, sin sorpresas, sin pelos negros enredados. Cuando bajo la copa, queda vacía; sin nada, esa nada de tomar las cosas como son. 

Este texto lo terminé de escribir en el taller de escritura de Casa Barullo de 2020. El año 2022 resultó ganador en tercer lugar del Concurso de cuentos Ramón de Zubiría de Uniandinos. Ha sido publicado en el Casa Barullo #10, que sacamos ese mismo año, en la antología del Concurso de cuento Ramón de Zubiría de 2023 y ahora aquí.

Las preciosas ilustraciones son de Natalia Leal. Las hizo originalmente para la publicación de Barullo.

Muy gentilmente ha aceptado mi propuesta de publicarlas también acá.

Pueden ver más de su trabajo en su cuenta de Instagram @nlealn 

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