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  • Foto del escritorDaniela Zuluaga

El alma fanzinera siempre estará cerca de la fotocopiadora

La primera fue una Lanier, recuerdo. Su luz era naranja. Cuando salíamos del colegio temprano con mi hermano nos íbamos hasta la papelería de mi papá para no quedarnos solos en la casa y más bien estar con él en centro. Por ese entonces vivíamos en Cedritos y teníamos que coger un bus que se llamaba Z7. Atravesaba toda la ciudad por la séptima e iba a parar en la 19 con 5ta, justo donde quedaba lo de mi papá. Juan y yo jugábamos a sacarnos copias de las manos. Y luego le hacíamos cartas a mi papá y las decorábamos con las cosas que había por ahí, en el mostrador. Mi papá las pegaba en la pared.

Luego yo empecé a trabajar allá. Lo hice ese semestre que me quedó libre luego de volver de Estados Unidos y que no me quisieran contratar ni en un callcenter, ni en ese lugar de helados de yogur que ya ni me acuerdo cómo se llamaba. Ahí yo aprendí todo de mi papá, que cómo sacar la copia de la cédula por ambas caras y ampliada al 150%, que cómo acomodar los libros para que quedaran sus dos páginas del tamaño de una carta y le saliera más barato a la cliente, que cómo sacar las copias de los procesos de los juzgados por la bandeja rápida tratando con mucho cuidado de quitarle todos lo ganchos para que no se fuera a trabar.

Juemadre, porque cuando se traban son un rollo. Les abres la compuerta del frente y te aparecen mil piezas, mil rodillos. Yo creo que así se siente cuando las cirujanas abren a las pacientes y les ven sus tripas. Solo que yo no era cirujana, yo no sabía nada de ellas y siempre me tocaba gritarle a mi papá por ayuda o en últimas pedirle al vecino de dos locales al lado. Y dejaba la caja sola y todos los clientes me miraban hasta que al final llegaba alguien, les metía mano y las ponía a funcionar. Quedaban con las manos negras, llenas de ese polvo del tóner y se iban con el orgullo de haberlo podido hacer, de saberse conocedores de la máquina.

La segunda fue una Ricoh. Mi papá se la compró cuando la Lanier ya no sacaba ni una hoja sin poner problema. También cuando ya casi nadie sacaba fotocopias y el negocio de la papelería se estaba empezando a quedar obsoleto. Ahí yo trabajaba solo los sábados, porque ya había empezado a estudiar literatura y no tenía tanto tiempo. Esta nueva máquina y yo nos empezamos a entender mejor. Al principio empezamos con cosas chiquitas, como que una hoja se quedaba atorada justo antes de salir, pero con el tiempo nos volvimos más expertas. Ahora era yo la que quedaba con las manos negras y la sonrisa de satisfacción.

Lo que yo no sabía es que luego todo eso que aprendí me iba a servir para algo más que poder atender mejor a los clientes.

Cuando Alejandra y Josué nos llegaron con la idea, a lo que todavía no sabíamos que sería Casa Barullo, de que imprimiéramos los cuentos que estábamos haciendo yo les dije que lo podíamos hacer donde mi papá. Eso cambió por completo la manera en que yo veía la máquina. Cuando salieron los primeros barullos de ella sentí una alegría muy pura. Era ver algo tan mío y del grupo, algo a lo que le había trabajado tiempo y tenía forma, tenía papel, tenía impreso ese polvillo negro que tantas veces me había manchado las manos.

Cada vez yo creo que nos va mejor juntas. Ya sé por dónde cogerla, cómo jalar el papel, cómo engañarla cuando me dice que su web de limpieza no da para más. Sé qué papeles me van a poner problema y cuáles van a salir bien. Sé cuáles ilustraciones dan dolor de cabeza por el mucho negro que decidieron usar. Sé dónde apretarle para que la hoja de la vuelta bien y la pueda coger el siguiente rodillo. Mis compañeras de Barullo dirían que muchas de estas cosas son agüero, tal vez lo sean, pero el caso es que así hemos logrado que funcione. Ya con esa máquina hemos sacado yo creo que ya más de mil ejemplares y unas 20.000 fotocopias.

Yo sé lo que dicen de la Riso, pero yo te quiero a ti.

También sé que la offset es una nota, pero qué le vamos a hacer si yo crecí contigo.

Eres la madre de mis hijos y no puedo dejar de quererte.

Estás en todos lados y por todas partes te veo.

Me haces volver la máster de las copias en las oficinas en que he trabajado.

Me sacas de apuros en cualquier ciudad donde toca dictar un taller.

Siempre me angustio. Yo sé lo difícil que eres.

Pero es por ti y solo por ti que late mi corazón.

Pd. Que esto no se entienda como que no me caen bien la riso, la seri o el offset. Me encantan, pero pues primero lo primero. Y el alma fanzinera siempre va a estar muy cerquita de la fotocopiadora.




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