El corazón me late fuerte porque se enamoró.
Salgo a correr.
El corazón está angustiado, no me pagan, esa cosa que me contó mi amiga.
Corro.
El corazón está cansado, por la vida, los trabajos.
Corro.
El corazón está emocionado porque nos ganamos esa cosa que tanto queríamos.
Corro.
El corazón tiene miedo, está en una ciudad nueva, lejos de casa.
Corro.
El corazón está roto.
Corro.
Sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida, dice Salomón en los Proverbios. Para mí correr, ponerlo a latir, es como darle un masaje. Él me lo agradece calentando la sangre, regando los muslos, dándome vida. Por eso es algo que trato de hacer aunque duela, tenga sueño o un día muy apretado. No siempre lo logro. Y, bueno, he aprendido que también está bien. Los tenis van a estar ahí para cuando se pueda, se quiera. Son como una casita mía, que he construido, en la que me siento muy bien. A veces me voy un rato, pero vuelvo, me quedo.
Hay otra casa con la que el regreso es un más complicado. Es la escritura. Siento que es una casa que voy construyendo muy lento, que es mía pero todavía no puedo vivir ahí. A veces la visito, le pongo las baldosas al balcón, la limpio, miro por su ventana, pago las facturas que hayan llegado y me voy. Hago otras cosas: estudio, trabajo, me mudo de país, conozco gente, empiezo proyectos, corro.
Deseo que la escritura algún día se sienta como correr, que algún día pueda ponerle una hamaca y quedarme. Cuando se sienta así mi corazón va a estar contento. Este blog es un abono para eso y me alegra estar retomándolo. Esta vez quiero hacerlo con más calma, siendo más honesta con lo que puedo, con lo que no puedo. Quiero que salga dos veces al mes, y ojalá los miércoles (como ven, esta ya salió el jueves, pero bueno, salió). En todo caso, es la intención y se los cuento para que estén pendientes.
Gracias por leer porque las lectoras son amigas que me regalan cuadros para ponerle a la casa cuando ya esté.